jueves, 31 de marzo de 2011

Dos experiencias educativas

La escuela libertaria La Ruche fue obra del francés Sèbastian Faure, militante anarquista con un papel destacado en el movimiento, infatigable conferenciante, fundador de los periódicos L'Agitation (1892) y Le Libertaire (1895) y autor de numerosos escritos como Autoridad y libertad (1891), Filosofía libertaria (1895) y del conocido Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios. Faure tenía, tal vez, una concepción muy optimista de la naturaleza humana, la cual era corrompida por el ambiente, y predice una sociedad libertaria en la que no hay cabida para los males derivados de la superstición religiosa, la guerra, la propiedad privada, el patriarcado o el alcoholismo, en la que se ha acabado con todo tipo de autoridad (el Estado es substituido por federaciones libres) y en donde todos trabajan por el bien común, tanto manual como intelectualmente. Su confianza reposaba en que, antes de cambiar las instituciones, había que trabajar en lo más íntimo de las conciencias, una revolución auténtica se preparaba sobre la base de las ideas y de los sentimientos. Antes de lanzarse a la práctica educativa, Faure elabora un gran trabajo teórico y considera que el propósito es formar hombres íntegros en los que se hayan desarrollado todas las facultades de forma armónica, por lo que debe servirse de un ambiente adecuado para provocar y fortalecer la fraternidad y la cooperación. De la misma manera, hay en su planteamiento una gran confianza en la cultura, la razón y la labor científica. Faure consideraba que el Estado burgués, comenzando por la familia, convertía a los chavales en una propiedad (bien de los padres o del propio Estado) y los cultivaba en los peores valores de egoísmo, hipocresía y conformismo; la supuesta neutralidad del sistema de enseñanza burgués no era más que una falacia.

En su novela propagandística, y muy prolija en detalles, Mon commnisme, Faure describe una hipotética sociedad libertaria  y en ella se dedican muchas páginas a la educación. El trabajo no es ya explotador y sí está equitativamente distribuido, por lo que todos disponen de tiempo libre para cultivar el espíritu y el intelecto. Existe un especial cuidado con los niños, los cuales crecen en el ambiente más adecuado para fortalecer los más nobles valores: ambientes higiénicos y bien equipados, con amplios espacios verdes y personal bien preparado, los chavales solo regresan a su casa por la noche cuando los padres ya han acabado su trabajo. Del jardín de infancia, que se ocupa del desarrollo físico y sensorial, se inicia a los niños en la lectura y en la educación sexual, y de ahí pasan a la escuela propiamente dicha. La escuela dispone de salas mixtas, con 20 alumnos como máximo, con amplias y luminosas aulas en las que los incómodos pupitres se han cambiado por mesas ligeras y funcionales; los alumnos reciben una enseñanza impartida por medio de conversaciones abundantes en elementos didácticos. El objetivo no es el estudio sin más, de hecho no hay mucho tiempo para el mismo, pero sí para el empeño y la seridad. Hay tiempo para cultivar las inclinaciones de cada uno y para divertirse, las relaciones con los maestros son libres y cordiales y no están oprimidos por normas disciplinarias ni preocupados por notas o exámenes (que se consideran inútiles y poco pedagógicos). Tampo se da la emulación ni la competición, ya que el más capacitado se encarga de ayudar a los demás sin comparar su progreso con el de sus compañeros y sí con uno mismo. La supuesta superioridad masculina es destruida por la coeducación, y se producen relaciones normales y sanas entre los dos sexos. Hay primero un curso elemental, al que sigue uno bienal a plena dedicación, en el que el estudio se alterna con el trabajo; se forman grupos de doce alumnos, los cuales reciben un instrucción preprofesional y ahí se valora la inclinación de cada uno. A los 15 años, se considera que comienza la edad adulta, y el que quiera puede comenzar a trabajar, los que desean continuar con sus estudios lo hacen sin obtener ningún privilegio.


En la escuela de la Ruche, entre 1904 y 1907 a 40 kilómetros de París, Faure intenta llevar a la práctica lo expuesto en su planteamiento teórico. Los alumnos son acogidos de forma gratuita, exceptuando las donaciones que se deseen hacer voluntariamente, entre los que estaban hijos de obreros y huérfanos. A pesar de las numerosas peticiones, nunca se pasó de la cincuentena de alumnos y diez profesores, y Faure ejercía labores más administrativas que directivas. Las actividades, que incluyen estudio, trabajo y diversas ocupaciones sociales, recreativas y deportivas, eran programadas periódicamente por una asamblea en la que todos participaban. Coherentemente, no existían normas disciplinarias impuestas, ni castigos o premios; tampoco había programas rígidos, ya que las materias impartidas no pretendían ser meramente acumulativas, y sí estimular el espíritu de observación y el razonamiento. Desgraciadamente, las restricciones producto de la censura impuesta a las actividades de Faure (principal fuente de financiación) y de la Primera Guerra Mundial acabaron con el proyecto educativo. El honesto Faure se ocupó, no obstante, de buscar tras el cierre de la escuela un lugar agradable para los alumnos, especialmente para los huérfanos.

Otro experimento antiaturitario, no tanto libertario al no tener propósitos políticos de manera directa,  tiene lugar en Summerhill (localidad de Limes Regis en Inglaterra), por obra del escocés Alexander 0'Neill (nacido en 1883). Fue un hombre de firmes convicciones pacifistas, estudiante de sicología y de sicoanálisis, que en 1921 colabora en la fundación, y más tarde en la dirección, de una escuela internacional cerca de Dresde abierta a alumnos de todo el mundo, con el fin de intentar que los pueblos se entiendan en un momento de máxima tensión. En contraste con la severidad de los colegios alemanes, esta escuela otorga una amplia libertad a los alumnos en el orden disciplinario y cultural. Despues de éste, y otros intentos educativos fallidos (por diversos motivos, no necesariamente internos), O'Neill se traslada a Summerhill, en el que pone en marcha el mencionado proyecto pedagógico. Los libros utilizados constituyen una tremenda crítica a las instituciones represivas de la sociedad moderna. Resulta fundamental su idea de que es la sociedad la que hace al criminal, y considera que los niños "difíciles" lo son por los motivos de una educación severa, basada en el palo, y por el temor a Dios, las predicaciones morales y los buenos ejemplos. Canalizando sus energías adecuadamente, el niño puede ser siempre bueno; no se pretende tampoco desviar el egoísmo, sino llevarlo a un nivel superior en el que finalmente coincide con el altruismo. Los educadores severos transmiten, de manera inconsciente, a los niños el odio contra ellos mismos y contra los instintos producto de una educación equivocada; puede decirse que este tipo de profesores castigan en los demás sus propios defectos, como es el caso de la mentira que los adultos emplean continuamente en su relación con los demás. La represión envenena las relaciones humanas, genera personas infelices y malvadas, transforma el amor en odio y la creatividad en rebeldía. Una de la tesis primordial de la escuela de Summerhill es el reconocimiento de la personalidad de cada niño, gravemente mutilada por una sociedad represiva. Del mismo modo, la educación religiosa, con su obsesión por anular el sexo, por realizar inumerables prohibiciones y por establecer una autoridad incuestionable, sin comprender que el comportamiento correcto realizado por temor es tremendamente frágil, es un peligro para la integridad síquica del niño.

Un planteamiento que sí es netamente libertario, presente en las experiencias educativas mencionadas, es la consideración de que cualquier relación humana y forma de vida comunitaria solo son sólidas si son resultado de un acuerdo espontáneo, aunque ello tenga más dificultad que la llamada disciplina. Frente al sistema tradicional, O'Neill proponía una educación antiautoritaria, basada en una filosofía de la libertad y en el autogobierno, en la que cada uno vive sin coacción y en la que los adultos debían comprender que no podían reproducir las mismas imposiciones y prohibiciones que ellos habían sufrido. Estas escuelas antiautuoritarias fueron renovadoras y muy valientes, y se encontraron con diversas dificultades, tanto internas, como por parte de las numerosos fuerzas autoritarias y tradicionales. El camino para edificar un mundo mejor pasa, por supuesto, por la educación de los chavales en una concepción amplia de la libertad y en valores de cooperación y respeto, lo que constituye un trabajo obviamente arduo. Por supuesto, es más fácil ejercer de severo instructor, que de un educador auténtico, algo que cuesta comprender a demasiados adultos.

martes, 29 de marzo de 2011

Valores educativos

Carlos Malato, en Filosofía del anarquismo, deja claro que toda educación, incluida la que se produciría en una sociedad libertaria, requiere de cierta autoridad. Bakunin, coherentemente con su pensamiento general en el que el progreso constituye la paulatina negación del punto de partida, consideraba la educación del niño como la aplicación de una disciplina a corta edad hasta ir atenuando esa autoridad a medida que avanzan en edad y, finalmente, encontrar en la adolescencia a sus maestros sencialamente como consejeros y amigos. De esta manera, se contempla al hombre como resumen del conjunto de la humanidad, la cual tiene que perfeccionarse siempre. Malato distingue entre educación, la cual está inspirada en la libertad y consiste en la asimilación de las costumbres sociales, y la instrucción, que consiste en la enseñanza de conocimientos útiles y debe tener cierto método autoritario (en el sentido de no poder abandonar al alumno a sí mismo). La educación, según la visión libertaria, no termina nunca en la vida de un individuo, ya que el medio social se transforma continuamente y, por lo tanto, igualmente las ideas y costumbres. La confianza del anarquismo en la educación para dar lugar a hombre libres y responsables es enorme, algo hoy muy asumido (al menos, sobre el papel). La idea de que esa autonomía individual, iniciada en el proceso educativo y solo validada en un contexto socioeconómico y político de auténtica libertad, solo es posible reconociendo a los demás esa misma capacidad es propia de las ideas libertarias, y confirmada por importantes tesis sicológicas y sociales.

Resulta importante que los chavales comprendan el alto valor de la solidaridad, la idea de su libertad ligada a la de los demás, por lo que evitar la experiencia de vivencias degradantes en su vida es fundamental. Espíritu crítico y curiosidad intelectual, algo que escasea en nuestra sociedad actual, es igualmente importante en la educación. Frente a los estereotipos más pobres en lo que se entiende por "igualdad", se pretende estimular la iniciativa individual e incluso una forma sana de entender la vanidad (la admiración por parte de los demás), pero siempre asociada a esos valores de cooperación y solidaridad. No se pretende idealizar a la humanidad ni homogeneizarla, sino potenciar sus mejores valores, dicho de una manera simplista, al menos que la sociedad no haga a los hombres peores de lo que son. Reconocer la pluralidad de la especie humana y sus diferentes pasiones forma parte de ese proceso en el que la educación inicia el acercamiento entre la ética y la política.

Si el panorama social, a comienzos del siglo XXI, sigue siendo bastante desalentador, el sistema educativo no es más que una pieza más, importante pero no única. Es decir, las evidentes carencias de la educación no pueden encubrir una realidad socioeconómica, moral e intelectual de lo más triste. La dificultad cada vez mayor para que existan individuos autónomos, conscientes del potencial de su personalidad y con sus plenas facultades críticas es un reflejo del mundo que hemos construido (o que nos han impuesto). Sin embargo, no hay que desalentarse, si cobramos conciencia de esta situación es posible cambiar el rumbo de las cosas, en mayor o en menor medida. Frente a todo suerte de clichés sobre lo utópico o abstracto de las ideas libertarias, hay que confiar en su permanente revisión y en su sentido transformador. Si algo fueron en gran medida los anarquistas del pasado, fueron hombres adelantados a su tiempo en tantas cosas. A pesar de la doble moral y la profunda irracionalidad que sufrimos en la actualidad, algunas de las cosas buenas que tenemos tienen mucho que ver con las ideas libertarias, las cuales han tenido siempre relación con las corrientes pedagógicas más avanzadas. Por ejemplo, aunque ciertas religiones pretendan arrogarse conceptos como la dignidad personal o la conciencia individual y acaparar la educación al respecto, hay que reclamar que esos valores son muy amplios, deben adquirir pleno sentido en la práctica y pertenecen al conjunto de la humanidad. No se trata de formar hombres cristianos ni anarquistas, sino personas libres, responsables y solidarias, sin forma autoritaria alguna.

sábado, 26 de marzo de 2011

Religión y jeraquía social

Entre las múltiples críticas que realizamos a la religión, desde una perspectiva libertaría, está la legitimación que suponen de las jerarquías. Aunque esta visión requiere matizaciones, y solo alcanza su plena expresión con el monoteísmo, podemos considerar que la idea de que "todo el poder viene de Dios" alcanza un reflejo en un orden social rígidamente jerarquizado. Las cosmogonías religiosas determinan también las estructuras sociales. No es posible que existan personas autónomas en el pensamiento religioso, y sí "fieles", "súbditos", "ovejas" (parte de un rebaño) o toda suerte de miembros de un grupo subordinados a un jerarca o a una tradición. A pesar de su cambio de estrategia ante los nuevos tiempos, el objetivo de la Iglesia siempre ha estado en obtener el poder absoluto, presuntamente establecido por la máxima figura de la divinidad. Incluso, algo tan obvio en el transcurrir de los tiempos como es la visión laica, la separación entre Iglesia y Estado, es un evidente peligro para el poder religioso (y una falacia en la práctica, ya que se prima en tantos países la confesión católica). Aunque el poder político, concretado en alguna forma de Estado, posee el mismo peligro, en el caso de las estructuras ecleasiásticas es más evidente la imposibilidad de opinar sobre sus leyes, siendo necesaria una clase mediadora capaz de interpretar la "legítima" e "infalible" voluntad divina.

No hace falta saber demasiado de historia para comprender que la aceptación de regímenes democráticos por parte de la Iglesia, aunque siempre exista esa denuncia de la laicidad que pone en peligro su poder, se hizo después de ser inaceptable para la historia y la sociedad una monarquía absoluta legitimada por la divinidad. Incluso, en un afán constante por reeescribir la historia a gusto de algunos estamentos, se pretende hacer creer que ciertos valores (como es la fraternidad o la propia idea de la democracia como consenso) tienen un origen exclusivamente cristiano. La realidad es que la forma de gobierno le es indiferente a la Iglesia, si puede preservarse la religión y la moral tal y como ella dispone. Naturalmente, el anarquismo es algo muy diferente, ya que presupone hombre libres y autónomos dispuestos a comunicarse racionalmente con sus semejantes para autogestionar la sociedad civil. Presupone la imposibilidad de una autoridad legitimada apriorísticamente. Aunque la palabra democracia requiera de muchos matices, debido a su condición meramente formal y a su rendición al Estado y al capitalismo, podemos decir que su historia y la de la lucha por las libertades civiles es la de la lucha constante contra un poder religioso permanentemente opuesto a la libertad de conciencia.


La idea de un poder extrahumano, y consecuentemente la de la existencia de grandes verdades que trascienden la existencia del hombre, no es más que la negación permanente de unas leyes civiles capaz de cuestionar todo orden instituido. La mención constante a que el hombre no puede hacer lo que le venga en gana (una idea bastante infantil acerca de la condición humana), en boca de una clase mediadora es solo una apelación al peligro de un supuesto caos social para preservar su poder. Precisamente, la idea de autonomía presupone que el hombre es libre, es decir que puede hacer lo que desee en una sociedad de respeto y reconocimiento a sus semejantes (individuos igualmente libres y autónomos). Aunque esto requiera matizaciones debido a la gran tradición de lo que se conoce como pensamiento religioso (pero, teniendo en cuenta que la sujeción y sometimiento del ser humano se producen en mayor o en menor medida), éste se muestra como el más acérrimo defensor de las jerarquías y el más notable adversario de la autonomía humana. Derribar todo el edificio autoritario debe suponer dar entrada a la razón, al conocimiento y a la libertad. No es meramente una cuestión de conciencias individuales enfrentadas a otros, ya que la religión pretende aportar verdades irrefutables que trascienden la existencia humana e imposibilitan el cambio en aras de regirse autónomamente a nivel, tanto individual, como colectivo. Es solo el propio hombre, actuando a un nivel humano y sin injerencias sobrenaturales, negando a cualquier clase mediadora que pretenda arrogarse un conocimiento trascendente, el que puede otorgar auténtica dignidad a la existencia.

jueves, 24 de marzo de 2011

Las combatibles certezas

Con todos los matices que se quiera, y me parece adecuado entrar en una confrontación de ideas al respecto (a un nivel humano, que de eso se trata), la visión libertaria considera que las creencias religiosas (y otras formas de fe) son un claro obstáculo para toda autonomía social e individual. Desgraciadamente, los efectos de la religiosidad institucionalizada continúa siendo una triste realidad, los fundamentalismos son la amenaza real de las distintas confesiones. Aunque, socialmente, el apoyo que las personas dan a su supuesta confesión religiosa es muy relativa, la Iglesia sigue jugando con los datos de una sociedad presuntamente católica en aras de conservar privilegios. A pesar de las acusaciones del actual pontífice sobre lo que él denomina "laicismo agresivo", no hay un análisis político y social efectivo sobre el papel de la Iglesia Católica. La crisis, no solo económica, también intelectual y de valores, que sufrimos hace que vivamos de pobre tópicos sobre el "peligro único" del fundamentalismo islámico, cuando seguimos tolerando el poder de una institución eclesiástica en un supuesto Estado aconfesional. No hay voces que trasciendan el conformismo, con gloriosas excepciones, claro está, para alertar sobre el peligro de las certezas religiosas.

Porque, a pesar de lo que estoy seguro de que piensan muchas personas, este debate no es secundario. El perfeccionamiento moral e intelectual, negando a cualquier institución jerarquizada que se arrogue toda pretensión de verdad, es probablemente una cuestión más importante que nunca. A pesar de que parezca propio de un nivel preescolar, todavía se sigue manteniendo que los valores están íntimamente a una formación religiosa, incluso por muchos que consideran insostenibles ciertos dogmas. Recordaremos, una vez más, que las mayores barbaridades a lo largo de la historia se han hecho en nombre de fanatismos (religiosos y políticos), es decir, apelando a una idea trascendente. Muchos considerarán perfectamente disociable la creencia religiosa y el fundamentalismo, pero tal vez la diferencia sea solo de grado. Por otra parte, en este análisis sobre la situación de la religión en el siglo XXI hay un arma de doble filo: por una parte, se nos acusa a los ateos y anticlericales (una palabra a la que no tengo ningún miedo, aunque me gusta siempre extender la visión cuando se emplea) de algo así como antiguos (decimonónicos); sin embargo, esa pobre alusión oculta un análisis en el que la visión de Marx (y otros) me sigue pareciendo muy válida, millones de personas en el Tercer Mundo siguen aferrándose a la creencia religiosa ante el horror que sufren en su vida terrenal (el famoso "opio del pueblo" de Marx se refería a esto, al consuelo que otorga la religión). Jugar con esos datos a nivel mundial, cuando tantas personas se encuentran en la miseria, y cuando se puede establecer una vinculación entre la realidad social y la creencia religiosa, es, cuanto menos, mezquino. Son reflexiones que lanzo sobre los elementos (supuestamente) positivos de la religión, pero que olvidan otros factores importantes.

Otra discusión recurrente que he tenido es cuando vinculo la religión con lo social y político. En otras palabras, con una cuestión de poder. Es difícil relegar la religiosidad a una cuestión de conciencia individual, cuando precisamente son las instituciones eclesiásticas las que han combatido siempre toda libertad al respecto. A estas alturas, solo podemos observar la posibilidad del florecimiento social gracias al arrinconamiento continuo del poder religioso (aunque, naturalmente, tengamos que tener en cuenta la existencia de otros poderes coercitivos de similar cometido). Frente a toda la retórica, más o menos explicíta, que manifiestan las autoridades religiosas, se impone una idea con fuerza: las certezas religiosas son un peligro para las libertades humanas. Naturalmente, esta crítica abre la veda para otros tópicos, como es el caso de las acusaciones de relativismos. Precisamente, los partidarios del absolutismo pretenden alertar sobre esta cuestión; frente a ellos, la defensa de un relativismo que sirva para fortalecer los valores humanos. Conceptos asociados a la religión, como es el caso de milenarismo, mesianismo, dogmas, evangelio o revelación son, y solo nombrándolos ya lo podemos apreciar, insostenibles en una sociedad plural y abierta al conocimiento. Todos estos conceptos más o menos arcaicos hacen ver, en mi opinión, que la religiosidad nos es relegable a lo privado, que incluso la idea de "salvación" tiene aspiraciones sociales, y que todo ello resulta indisociable de las pretensiones de poder de la estructuras eclesiales.

sábado, 19 de marzo de 2011

El nacionalismo como religión política

El nacionalismo moderno, que encuentra su expresión más acabada en el fascismo, es un enemigo acérrimo de todo pensamiento liberal. Es más, Rudolf Rocker afirma que resulta hipócrita la consideración de los defensores del liberalismo de que el Estado moderno está radicalmente infectado de liberalismo (y por ello no tiene ya la antigua significación de poder político). Lo que quería decir este autor en Nacionalismo y cultura (obra escrita a mediados del siglo pasado) es que el desarrollo político del siglo XIX y mitad del XX no había seguido la ruta marcada por el liberalismo. La idea de reducir el Estado a unas mínima funciones tuvo muy poca repercusión en la práctica. El campo de acción del Estado no solo no se redujo, sino que se incrementó, consecuencia de que nunca hubo un proceso de liberalización y sí de democratización. Es por ello que la influencia del Estado en la vida del hombre fue en constante aumento, producto de ese proceso de democratización estatal. El concepto de "soberanía nacional" se convirtió en una creencia religiosa de naturaleza política, así como el llamado sufragio universal.

El Estado, especialmente en su forma totalitaria, pretende ser el garante de la cohesión social. Sus defensores quieren hacer creer que es la necesidad de libertad del hombre la causante de la atomización social. Frente a esta visión, hay que insistir en la desigualdad económica como causante verdadera del  desarrollo de los instintos asociales del ser humano. El Estado, también como aliado del capitalismo, destruye el tejido celular de las relaciones sociales. Una comunidad no puede permanecer mucho tiempo unida por la fuerza, ya que de ese modo nunca conseguirá que sus miembros realicen lo impuesto por sentimiento y por necesidad interior. La coacción no puede unir, muy al contrario separa a los hombres, ya que no posee el impulso interior de toda cohesión social. La violencia, convertida en institución coercitiva, separa a los hombre entre sí, los aisla y alimenta sus instintos egoístas. La visión de Rocker es que una cohesión social, para que sea consistente y complete su cometido, solo puede surgir de la voluntariedad y necesidades del ser humano. Solo en esa situación, es posible un sistema en el que puedan fusionarse la solidaridad social y la libertad personal de cada individuo.

Según la creencia nacionalista, como en toda religión, se asegura cierto bienestar a cambio de la redención personal, del "sálvese el que pueda" a nivel individual sin que importe demasiado el resto. El Estado, con su papel mediador y sus normas únicas, es el auténtico destructor del sentimiento social de los hombres. La historia nos ha demostrado que cuanto mayor es el papel de Estado, cuanto más facilidad tiene en penetrar en los asuntos de los hombres, más se sofoca el sentimiento de solidaridad social. Gracias a esta disolución de la sociedad, son finalmente acopladas sus partes como piezas sin vida en el engranaje de la máquina política y económica. Rocker señala que es un proceso en el que la técnica da lugar al "hombre mecánico", en la línea del análisis de Erich Fromm y lo que él denominaba convertir al ser humano en un autómata. Es crear una ilusión de libre acción humana, cuando en realidad se trata de un mecanismo encubierto, que cumple voluntariamente órdenes de un sistema jerarquizado. Insistiremos en la convergencia de los análisis de Fromm y Rocker, el ser humano se convierte en "masa" y está condicionado, casi en su totalidad, por fuerzas externas y por impulsos momentáneos. Únicamente es posible que el hombre recupere su equilibrio gracias a un reconocimiento interior, que se producirá en una verdadera comunidad en la que reconozca esa capacidad en cada miembro. Fromm también denunciaba las fronteras nacionales, además del capitalismo, como causante de este "hombre mecánico". El concepto de la libertad propuesto por Rocker, que es la propuesta por el anarquismo, resulta incompatible con la idea de nación (identificada con el Estado, también en el proceso democratizador del mismo). Libertad y solidaridad son nociones que van unidas en el anarquismo, vinculadas a un profundo anhelo de justicia social, alentadoras de un nuevo ascenso cultural y espiritual alternativa a todo bloqueo amparado en la nación/Estado.

Insistiremos en el análisis de Rocker sobre liberalismo y fascismo, indisociable de su crítica a la idea de nación, propio de una profundización en los conceptos y en los hechos. Aunque se quiera ver al Estado fascista como propio de una época antiliberal que surge de las masas (y, aunque no se niegue el apoyo social que pudo tener), en realidad detrás están también las aspiraciones políticas de una minoría que supo utilizar la situación para derivarla a sus fines. Nada mejor que generar una nueva creencia religiosa en el pueblo, hacerla creer que es el instrumento elegido por parte de un poder superior, de tal manera que otorgue contenido y color a sus vidas. Se trata de un movimiento que alienta la necesidad de la gente de adorar a alguien, que fomenta su credulidad al haber encontrado la decepción en todo lo demás. Lo que Rocker pretende hacer ver es que no todo es consecuencia de una situación económica, sino que señala la pervivencia de fuerzas místicas en el ser humano transformadas en religión política. El viejo "Dios lo quiere" adquiere la nueva forma de "la Nación lo quiere". En cualquiera de los dos casos, hablamos de de una "locura" colectiva basada en la mística y refractaria a toda situación práctica. Sin embargo, la oligarquía que se encuentra detrás de las masas es otra cosa, ya que sus aspiraciones son bien reconocibles (si bien, no para la mayoría). Si el Antiguo Régimen basaba su poder en la gracia divina, con la existencia de un poder absoluta personificado en el monarca (y, por lo tanto, máximo responsable de todo derecho e injusticia), bajo el manto de la nación resulta posible esconder cualquier cosa. La nación representa la responsabilidad colectiva, por lo que se ahoga cualquier sentimiento individual de justicia, las mayores iniquidades pueden ser pasadas por alto convirtiéndose incluso en una acción meritoria.

Aunque pueda definirse la nación como "egoísmo organizado", no hay que olvidar esos intereses de una minoría privilegiada que se encuentran detrás. La credulidad de las masas en conceptos como "intereses nacionales", "capital nacional" o "espíritu nacional" encubre la ambición de políticos y comerciantes. Esa sugestión nacional colectiva, que Rocker ya señalaba gracias al industrialismo capitalista, solo se ha afianzado con el transcurrir del tiempo y el desarrollo de la técnica. Esa consideración de pertenencia a una nación oculta a un moderno hombre inerte, aislado y sin alegría creadora, como simple pieza de una empresa, un negocio o un partido. Por lo tanto, este análisis de la mentalidad nacionalista (inherente a todo sentimiento de pertenencia a una nación) hay que realizarlo en un contexto de desarrollo capitalista en el que la técnica y la ciencia no solo no ha liberado al ser humano, más bien ha servido para dar coartada a la iniquidad institucionalizada. Puede decirse que hemos sacrificado la personalidad humana por el dominio de la técnica, lo que explica el conformismo de la mayor parte de las personas fundado en una débil necesidad de libertad que es substituido por cierta seguridad económica. El hombre que se siente débil solo puede poner su salvación en la fortaleza ajena, se trata del deseo de dominar o ser dominado. Solo las personas que huyen de la dependencia fortalecen su espíritu, desarrollan sus valores internos, buscan el juicio propio y la acción independiente.

En definitiva, detrás de toda nación (de todo nacionalismo, aunque el sentimiento de pertenencia a una comunidad haya que matizarlo y tener en cuenta muchos factores) existe alguna forma de poder. La historia de la humanidad, tesis que defiende Rocker en Nacionalismo y cultura, es una lucha permanente entre las fuerzas culturales de la sociedad y las aspiraciones de dominio de ciertas clases. Si la cultura otorga al hombre una conciencia de humanidad y de potencia creadora, el poder afianza el sentimiento de ser sometido. La estrecha realidad de la nación y de la violencia organizada del Estado solo puede verse redimida por un nuevo desarrollo humano basado en la libertad, en la cultura y en el sentimiento de comunidad.

jueves, 17 de marzo de 2011

Incendies

La grandeza del cine, aplicable a otras expresiones artísticas, es que a pesar de observar tantas cosas cuestionables en una obra, encontramos finalmente que nos ha emocionado de verás y tenemos, a la fuerza, que considerarla grande. Es el caso de Incendies, una película que ha ido acumulando buen crédito en su pase por varios festivales, avalada además por ser adaptación de una, a su vez, muy exitosa obra de teatro escrita por el canadiense de origen libanés Wajdi Mouawad.

Y precisamente en el origen teatral de Incendies estén tal vez los peros que pongo (insisto, con el contrapeso de una historia perfecta en su propuesta y una película de notable realización, que emociona enormemente, a pesar de la amargura de su realismo inaceptable seguro para algunos). Recordaré el doble uso de "teatral", como perteneciente al teatro, pero también como aquello exagerado o efectista. No tuve oportunidad de ver el montaje teatral, del que me hablaron maravillas especialmente por su puesta en escena, de gran fuerza visual y compuesta de imágenes de una extraña belleza. Estoy seguro que hay ciertos obras que no se encuentran del todo a gusto fuera del medio intelectual o artístico en que fueron creadas. El lenguaje cinematográfico es muy diferente del teatral, en mi opinión, especialmente si hablamos de un cine realista, social y comprometido con los valores humanos, donde se exigen unos personajes bien definidos y con motivaciones perfectamente explicadas (algo que en Incendies pasa a un segundo plano, sin caer en la unidimensionalidad). Por supuesto, esta pureza no es siempre deseable, y bienvenida sea la experimentación, el eclecticismo parece un factor a tener en cuenta para juzgar las cosas. Incendies está compuesta también de eso que llamamos efectismo, pero sería indigno acusarla de algo así como "exceso de truculencia", máxime en estos tiempos que vivimos, en los que la violencia convertida en banalidad y el mal gusto se convierten en un habitual alimento cultural para las masas (unas masas difíciles de comprender en demasiadas ocasiones). Recordaremos que estamos en la sociedad en la que una nueva película de Torrente, saga en la que se fusionan personaje y creador por mucho que lo niegue su realizador, bate récords de taquilla.

Denis Villeneuve, el también canadiense director de Incendies, definió la obra como "la partitura de un compositor clásico", inspiradora de imágenes de gran fuerza. Añadiría que se trata de una historia construida como una extraña fórmula matemática, no en vano una de las protagonistas está especializada en dicha materia, en la que la lógica es tan terrible como esperanzadora (no quiero ni siquiera insinuar la truculenta sorpresa final). Unos hijos gemelos escuchan de un notario el último legado de su madre recién fallecida; la sorpresa es mayúscula cuando esta mujer, de origen árabe (un país de Oriente Medio que nunca se nombra, aunque el escenario no es difícil de reconocer), habla de un padre que creían muerto y de un hermano del cual nunca supieron nada. Los hijos realizarán un viaje a sus orígenes, al horror que vivió una madre que nunca terminaron de sentir cercana, y solo ahora pueden comprender su valiente y bello legado. Este periplo que se realiza en la actualidad, del tiempo cinematográfico, se nos narrará paralelo al terrible viaje que realizó años atrás su progenitoria. Incendies es una historia esperanzadora, solo aquellos que corten la espiral de odio y violencia, que renuncien a la venganza y a convertirse consecuentemente en verdugos, pueden transmitir un mundo mejor a los que quedan. La fragilidad del ser humano, su triste capacidad para convertirse en una pieza deshumanizada de un puzle infernal, su facilidad para caer en el odido, conviven con los sentimientos más bellos. Nawal Marwan, la mujer protagonista, es capaz de sentir y de generar amor al comienzo de su vida; solo el horror acaba con esa posibilidad, sin matarla del todo, por lo que su elección final resulta bella y encomiable.

Resulta curioso que Villeneuve haya dicho que su película habla de situaciones políticas, pero a su vez es "apolítica", cuando menciona como uno de sus referentes el cine de Costa-Gavras, tal vez el mejor director políticos de las últimas décadas (algo que echamos de menos en el cine actual, cuando se emplean lo más viles subterfugios para negar toda posibilidad de análisis en ese sentido). Lo que el director de Incendies tal vez quiera decir es que ha tratado de huir de toda lectura política proclive al maniquéismo, otra peligrosa tendencia del ser humano, ya que su objetivo es profundizar en la cólera humana. En ese sentido, su propósito es digno de elogio, aunque hay que recordar que resulta casi imposible abstraerse de un contexto de poder político y religioso, y ello forma parte también de la película. Lo que se nos propone es una especie de torbellino político alrededor de los personajes, para evitar el análisis fácil de víctimas y verdugos, un rol que resulta fácilmente intercambiable; todos los actores en juego son partícipes, constructores y producto de una situación de conflictos y fanatismo permanentes. Incendies es una película muy recomendable, en una sociedad del primer mundo tan necesitada de sacudir conciencias, capaz de asumir mezquinamente el horror y la injusticia y convivir con ellos (se encuentren cerca o a una enorme distancia, ya que no son concebibles las fronteras de ningún tipo). A pesar de ello, yo recordaría que, junto a las propuestas sentimentales, son necesarios también los análisis sociales y políticos, subjetividad y condiciones objetivas se retroalimentan. Indagar en los mecanismos personales que conducen al odio está muy bien, y tal vez solo una parte de las personas posea la voluntad y fortaleza de escapar a esa situación. Por eso mismo, resulta tan necesario también desterrar la violencia y el autoritarismo de toda convivencia social y política, hacerla innecesaria, algo por supuesto indisociable de la justicia social y económica. Sigue siendo la gran esperanza para la humanidad cortar una espiral de odio y potenciar los más nobles sentimientos individuales, tal y como nos propone esta película, para fundar a continuación las condiciones sociales para ejercer la libertad (ya que los más nobles sentimientos son también colectivos).

martes, 15 de marzo de 2011

La nación y la humanidad

Si hay una idea que rivalice con la religión (institucionalizada, para no entrar en controversias) en ser la causa de muchos de las males de la humanidad, esa es el nacionalismo. El anarquismo es, desde sus orígenes, internacionalista. Habría que poner la sospecha en todos los que usen el término nación o conceptos como "liberación nacional" y traten de apropiarse de las ideas libertarias (sí, aquí si busco la controversia). Espero que se me entienda, y ocurre algo parecido con la cuestión de las "creencias", no estamos juzgando el pedigrí de las personas ni repartiendo carnés de "auténticos anarquistas", ni siquiera es mi deseo asentar ningún purismo en el anarquismo. Existe una vida real, una sociedad que no es la que nos gustaría y con la que hay que lidiar a diario sin fanatismo, pero tratando de ser coherente con unos valores. Luego, hay una sociedad anarquista en potencia, cuyos objetivos son hoy difíciles de conseguir en su forma más pura (tal vez más difíciles que en otras épocas), pero cuya fuerza antiautoritaria (y liberadora) es tremendamente necesaria. Por eso, al margen de la vida cotidiana en la que se ponen a prueba nuestras convicciones y en las que cada personas tomará las decisiones que le dicte su conciencia, no creo que sea posible acercar al movimiento libertario conceptos que contradicen sus propuestas. Un anarquista es, de manera evidente, internacionalista, como dice Ángel Cappelletti en La ideología anarquista, se entiende "que las fronteras políticas son obvia consecuencia de la existencia de los Estados, no pueden menos que considerarse también fruto de una degeneración autoritaria y violenta de la sociedad".


Se recoge en el anarquismo una herencia cosmopolita, una cambio de paradigma producido en la Antigua Grecia por parte de escuelas de pensamiento como la cínica y la estoica, basándose en observar a la humanidad como un todo natural y moral. Esa visión se filtrará siglos después a través de la Ilustración, y podemos hablar de unos de los componentes primordiales de la filosofía social anarquista. Creo que solo el anarquismo, y por supuesto los anarquistas, han sido fieles a esta idea ética de la fraternidad universal. Se establece, así, un vínculo entre los conceptos de nación, patria y Estado, algo en lo que no todo el mundo estará de acuerdo, pero seguiré insistiendo en la transparencia de ideas y en la honestidad. Si hablamos de nación de manera simplista, como una "comunidad de intereses comunes", está claro que todos formamos parte de ella (estamos además determinados, en mayor o en menor medida, por ella). El anarquista no es alguien que desee automarginarse de esa comunidad, sino que realiza unas propuestas éticas y sociales muy diferentes, y desea extenderlas al conjunto de la humanidad sin establecer fronteras políticas (dicho sea esto, también de manera simple). Sin embargo, si profundizamos un poquito en el concepto de nación, vemos que se vincula claramente a un territorio gobernado, a un Estado. Del mismo modo, la patria tiene claras connotaciones estatales (jurídicas) e históricas (eso llamado "identidad"), aunque también hay que aclarar que igualmente posée rasgos afectivos (algo con lo que los anarquistas pueden coincidir si hablamos de cuestiones humanas, y hacer compatible el amor a la tierra de uno con el internacionalismo). En cualquier caso, podemos decir "mi patria es el mundo", de manera algo romántica, pero siempre dejando claro el análisis de las fronteras políticas establecidas por las naciones/Estado, defendidas por ejércitos (de ahí se deriva también el antimilitarismo, además de por considerar esta institución como la máxima expresión autoritaria), que bloquean el sentimiento de fraternidad universal (una tendencia, un sentimiento y una convicción ética, no una utopía en el sentido quimérico).

Recientemente, escuché a cierto intelectual afirmar que el nacionalismo es una idea romántica. Es posible que así sea, pero no por ello es menos digna de crítica e incluso pueda ser menos feroz en sus consecuencias. Yo diría que el anarquismo es la evidente antítesis del nacionalismo, no parece concebible ninguna compatibilidad más allá de los rasgos libertarios (siempre enfrentados a otros autoritarios e inhibidores) que pueda presentar cualquier idea o creación humanas. Carlos Malato, en La filosofía del anarquismo, utiliza el término "patria" (si bien, como claro sinónimo de nación) y la acusa de no se más que una religión vulgar, una nueva fe que substituye a la antigua. Incluso, se apela a lo que es "natural", y no lo es rechazar a una persona que ha nacido al otro lado de una frontera. El deseo histórico es que la idea de la patria se acabe fundiendo en la idea de la humanidad, lo cual constituye otra manera de entender el progreso. Tal y como lo expresa Malato, de manera muy bella y nítida, hay dos manera de negar la patria: uno bárbaro e inconcebible, que es desear la ruptura de un país unificado por el idioma y por una serie de costumbres, lo cual supondría el regreso al provincialismo de épocas anteriores; otra manera de negar la patria, tal y como se vincula a una nación y a un Estado, es preconizando la federación de pueblos libres, "una patria única y sin rival". Naturalmente, esta convicción no es simplemente un programa político que podamos aplicar en un futuro próximo, es un deseo consustancial al anarquismo, un ideal a perseguir que comienza considerando a todos los seres humanos nuestros hermanos, observándoles como individuos autónomos que forman parte de pueblos libres. Los ideales inconclusos de libertad, igualdad y fraternidad solo adquieren sentido en el anarquismo, no aplicados con una mirada estrecha ni mediatizados por algún nuevo poder político.

sábado, 12 de marzo de 2011

"Ni Dios, ni amo", lema con pleno sentido

El ateísmo fue inherente al movimiento socialista desde sus orígenes, aunque únicamente los anarquistas iban más lejos con el rotundo y significativo lema "Ni Dios, ni amo". Es decir, no al principio de autoridad, ya sea sobrenatural (poniéndola en primer lugar) o muy terrenal. Anarquismo es sinónimo de autonomía, a nivel individual y social, y tal noción no es totalmente posible si existe algún tipo de voluntad suprema. Insistiremos, desde siempre el anarquismo ha hecho propaganda contra la religión, por considerar que es consustancial a ella la existencia de alguna forma de autoridad por encima de los seres humanos. Es algo muy sencillo, y demasiado evidente, no puede haber libertad con la presencia de un amo, ultraterreno, eclesiástico, ideológico o político, del tipo que fuere.

Por lo tanto, dejaremos claro que el deseo de autonomía es propio del anarquismo. La opción, individual a priori, de estar solo y renunciar a cualquier tipo de "guía" requiere, como es lógico, un gran esfuerzo, voluntad y una reflexión continua. No pocas veces, se acusa al ateo de dogmático y de cerrarse a indagar en lo que podemos llamar "especulación metafísica". Bien, como he dicho otras veces, el término ateo recoge a muchos tipos de personas e ideas, pero lo que puede unir a un ateísmo combativo es haber comprendido los mecanismos que conducen a creer en según qué cosas (necesidad, tranquilidad, miedo...) y otorgar un horizonte amplio a la razón y a la ciencia. Sí, es posible que la negación de los viejos autoritarismos religiosos no haya conducido a muchas personas al ateísmo propuesto (es decir, a la negación "de" para, posteriormente, construir una realidad humana mejor: de nuevo estamos en los conceptos "negativo" y "positivo" de la libertad), pero yo llamaría la atención sobre esos mecanismos anteriormente mencionados, es posible que no difieran demasiado en las diversas creencias por muy diferente que se presenten en su envoltorio o por muy sofisticadas que quieran aparecer. Si, además, hay tantas creencias que se presentan hoy en día con el subterfugio de "cierta" legitimidad científica, la cosa se complica un poco (no demasiado, si tenemos las cosas claras y seguimos confiando en un conocimiento sólido y en nuestras convicciones).


Volvamos al viejo lema anarquista contrario a cualquier instancia divina y a todo amo terrenal, que a pesar de su aparente simpleza es el obvio punto de partida de una sociedad libertaria. Esa negación requiere un gran esfuerzo (puede decirse que los sometidos tienden a relajarse, como sostenía La Boétie en su Discurso de la servidumbre voluntaria, o el propio Hegel cuando afirmaba que el poder del amo se alimentaba del miedo del esclavo), una tendencia ardua y fatigosa hacia la libertad, finalmente satisfactoria, por supuesto, y con pocas posibilidad que haya un camino de retorno. Se dice continuamente que estamos en una etapa de decadencia (algo que no es solo propia de esta crisis actual, llevamos ya mucho tiempo así y difícil es no recordar un tiempo en el que no se haya analizado de esta manera), y solo el anarquismo parece resistir bien al paso del tiempo como movimiento. Hay quien ha señalado que esto es así por ser el movimiento libertario más una moral que cualquier otra cosa, algo con lo que estoy de acuerdo. La intolerable decadencia que sufren las más variadas doctrinas religiosas y políticas no afecta a quienes no negocian con sus convicciones, y tampoco se mantienen alejados en ninguna suerte de "idealismo", sino que pretenden incidir permanentemente sobre el mundo en el que viven. El desprestigio de la razón, tal y como surgió del proyecto de la modernidad, ha dado cabida a todo tipo de creencias, que a mi modo de ver no son más que el síntoma de esa decadencia.

El anarquismo confía también en la razón (no sé si denominarlo "racionalismo", ya que se trata de una corriente filosófica muy determinada, aunque hay un sentido coloquial que me parece muy diferente), y se trata de darle un mayor horizonte, no de dar cabida a lo irracional y a posturas espirituales y místicas de lo más cuestionables. Es por eso que la decadencia y el despiste de todo tipo que sufrimos haya conducido a buscar refugio en nuevas creencias o creencias exóticas, como es el caso de las religiones orientales, que se presentan con una autenticidad más o menos explícita. Existen posturas históricas, morales e ideológicas, que son muy recuperables, la decadencia que sufrimos es precisamente síntoma de la tergiversación y renuncia que han sufrido. Por supuesto, no somos reaccionarios ni fanáticos, somos progresistas y creemos profundamente en la libertad, lo que ocurre y no gusta a muchos es que no hemos negociado con nuestra moral. Son aclaraciones que hay que realizar, y demostrar, de forma continua para refutar afirmaciones de gran pobreza intelectual y/o mezquindad. Sigue habiendo motivos para reflexionar sobre el ateísmo y para reivindicar el viejo lema anarquista: "Ni Dios, ni amo".

miércoles, 9 de marzo de 2011

La energía popular

Si hemos insistido en la importancia que el individuo tiene para el anarquismo, vamos a repasar ahora someramente la otra fuente de energía: las masas. Tanto Proudhon, como Bakunin, considerarán que ninguna revolución puede ser decretada ni organizada desde arriba, solo es posible gracias a la acción espontánea y continua de las personas. Kropotkin abundará también en esta confianza en el pueblo y en su espíritu de organización espontánea, el cual en raras ocasiones se le ha permitido llevar a la práctica. Naturalmente, la visión anarquistas no ha sido una creencia ciega en una especie de optimismo antropológico, la misma praxis libertaria ha comprendido la gran cantidad de prejuicios que subordina un pueblo a un gobierno y a un principio de autoridad, y la gran cantidad de obstáculos que impiden el desarrollo de la energía popular. Desgraciadamente, tantas veces una mayoría es la que sustenta un régimen de injusticia social, por lo que los anarquistas han defendido primordialmente la pluralidad y el derecho de disidencia, confiando al mismo tiempo en expandir las ideas y el conocimiento como motor revolucionario. Tal vez una minoría, consciente y preparada, puede servir de ejemplo para el resto de la sociedad, pero dejando bien claro la adecuación de medios a fines en el anarquismo; es decir, no hay ningún tipo de dirigismo en la acción anarquista. Alguna vez he dado con personas que abominan de los términos "propaganda" y "militancia", pero esa repulsa puede que solo sea una pose, ya que si confiamos en la posibilidad de una sociedad libertaria, participamos en proyectos que la reproducen y que favorecen su conocimiento (y su expansión).

Por lo tanto, se abomina de cualquier jefatura coercitiva y de toda imposición; a pesar de ello, existe en el anarquismo una concepción muy clara sobre lo que es verdaderamente la emancipación social y la libertad individual, por lo que se trabaja en ese sentido. No obstante, Bakunin sería consciente de esta contradicción entre la confianza en la espontaneidad de las masas, que tiene el anarquismo, y la necesidad de intervención de vanguardias conscientes. El anarquista ruso creía que solo se solucionaría cuando el conocimiento se expandiera entre las personas y fueran así conscientes de que no necesitan jefes. Su deseo era que la Internacional hiciera penetrar en la conciencia de cada uno de sus miembros la ciencia, la filosofía y la política del socialismo. Desgraciadamente, es un propósito que parecía posponerse para una evolución futura, y el tiempo puede que lo haya convertido en todavía más dificultoso, aunque las intenciones libertarias continúen siendo similares en sus convicciones. En mayor o en menor medida, en todas las revoluciones socialistas se ha producido esa tensión entre la acción espontánea de las masas y el dirigismo de una minoría. Cuando los anarquistas han tenido fuerza suficiente, como es lógico, trataron de que predominase la primera cuestión y, en definitiva, de que no se fundara ningún poder que comandara la sociedad.

Tal y como expuso Volin, tras la experiencia de la Revolución Rusa, la emancipación efectiva que propugna el anarquismo solo se logrará mediante la actividad directa de los trabajadores, no por el papel dirigente de ningún partido. La transformación social la llevará a cabo el conjunto de la sociedad y, si los anarquistas creyeran que pueden "guíar" a las masas, caerían en una pretensión tan ilusoria como la de los bolcheviques en Rusia y tantas otras "revoluciones" socialistas. Tal y como lo expresa bellamente Daniel Guérin, en El anarquismo, el papel que una minoría anarquista puede tener es siempre tratar de esclarecer, nunca dirigir. Insistiremos en la necesidad de seguir debatiendo sobre esta tensión existente entre el papel de las "masas" y la actividad de una minoría "consciente", en aras precisamente de aclarar perspectivas. También, una vez más, me gusta matizar los términos usados, que estoy seguro se antojan caducos a más de uno (aunque eso mismo me parezca tantas veces una falacia impuesta para no reflexionar demasiado). "Masas" es uno que a mí mismo no me gusta demasiado, por lo que he tratado de cambiarlo en ciertas ocasiones por "personas" o por "conjunto de la sociedad". Del mismo modo, no hablo continuamente de "clase trabajadora" y uso en su lugar "personas", ya que el anarquismo aspira a la emancipación de todos los estratos sociales (naturalmente, a la sociedad de clases). La cuestión de "propagar", ya lo he mencionado antes, es fundamental, aunque sea solo la capacidad de pensar, de generar conciencia y solidaridad. Incluso, aunque en este texto no los haya usado, los términos "fe" y "creencia" puede que nos caractericen, pero sin ningún sentido religioso ni doctrinario, confiando en potenciar los mejores valores de la humanidad.

lunes, 7 de marzo de 2011

Cosas veredes...

Hace ya unas semanas, sin que tuviera la oportunidad (ni la necesidad) de investigar algo más, ya oí hablar de un libro llamado El islam como anarquismo místico. Ahora, el periódico Diagonal (que, la verdad, a veces da la impresión que todo les vale), publica una entrevista con su autor y, aun aceptando que tampoco es que este hombre exprese mucho ni diga nada original, mi asombro va en aumento. Como manifiesto, seguramente muy a menudo, mi postura es fírmemente atea, aunque con la importante aclaración que no es solo una visión personal (que también), sino englobada dentro la oposición a toda cultura autoritaria (por lo que me parece inherente al anarquismo). Sin ánimo de caer en el simplismo o en el maniqueísmo, puede decirse que la oposición del anarquismo a la religión es por considerarla parte de esa cultura autoritaria que ha supuesto la explotación y la manipulación de unos seres humanos sobre otros. Esto hay que decirlo así, aunque luego la realidad tenga, como es lógico, infinidad de matices y no sea nuestro deseo coaccionar a nadie en ningún sentido ni apropiarnos de ninguna verdad absoluta.

Lo que quiero decir es que, técnicamente el ateísmo es la mera negación de una instancia sobrenatural (de una, o varias, deidades), es la mera "ausencia de dios", por lo que es posible encontrarse ateos de los más variados pelajes: de derechas o de izquierdas, fanáticos o con una notable capacidad de comprensión, de una moralidad encomiable o bastante malintencionados, con un digno intelecto o más bien bodoques... Por ello, y como nuestra apelación es a la hermandad universal (un concepto que bien podrían subscribir muchos creyentes, a pesar de la degeneración institucional en que acaban la mayoría de las religiones), luego las cosas se demuestran con los hechos y solo en la praxis es posible comprobar si la solidaridad y el apoyo mutuo son valores sólidos. A pesar de ello, de no poder reducir esos valores a simplemente una creencia o una postura (una pose), mi postura es fírmemente atea como parte de ese deseo de una sociedad antiautoritaria en la que solo es posible darle mayor horizonte a la razón y a la ética (algo que parece bloquearse con toda suerte de nuevas o viejas creencias que conducen al dogmatismo) y en la que se niegue a toda clase mediadora (religiosa o secular).

El autor de El islam como anarquismo místico quiere ofrecer una perspectiva distinta desde la que observar la realidad, ya que habría sido el poder el creador de oposiciones ficticias como amigos o enemigos, propio o ajeno o las de las las diferentes culturas enfrentadas (no me gusta hablar de civilizaciones en plural, ya que habría que empezar a hablar de una única civilización). A priori, esto es sencillamente un análisis libertario de la realidad. Vamos ahora con lo difícil de tragar. Según afirma, hay muchos musulmanes que comparten esa supuesta relación entre anarquismo, mística e islam, basada en la crítica a toda mediación instituida. La postura de estas personas es la lucha contra el absolutismo a nivel humano, aceptando que todo poder político, económico y social son meras convenciones. La vía del conocimiento y de la libertad, en última instancia, a nivel individual y a pesar de toda esa aparente crítica al poder, solo se produce por la vía mística: es decir, lo que los ateos denominamos sometimiento a dios (ya imagino que no será el lenguaje apropiado para todos, pero se niega la subordinación a toda abstracción en aras de la libertad, como diría Stirner). De hecho, frente a las propuestas del anarquismo para superar la tensión entre individuo y sociedad (para la construcción, en definitiva, de la libertad positiva), no tarda demasiado en recordar el principio causal de la visión religiosa (antes de nada, está Alá). Por otra parte, parece que la solidaridad es una noción trascendente en esta propuesta (algo, a todas luces, difícil de reconciliar con el anarquismo), solo mediante la revelación es posible la cohesión social (algo que no es nada original dentro de la postura religiosa). A pesar de ello, este hombre habla de lo necesario de la crítica atea a la religión (eso sí, sin reducir el ateísmo a un materialismo burdo).

El responsable de la entrevista afirma que la postura del entrevistado le ha despertado interés y ganas de debatir. No es, como resulta evidente, mi caso. La lucha contra el autoritarismo que lleven a cabo en cualquier cultura es bienvenida (como es el caso actual de ciertos países árabes); sin embargo, el problema de la autoridad y de la libertad (como también demostrarán esos países en breve) está directamente relacionado con estructuras políticas, económicas y culturales (en cualquier caso, muy humanas). En muchas ocasiones, se ha relacionado la religión con el rito y la revelación, factores que tantas veces conducen a generar clases mediadoras y respeto a tradiciones cuestionables (sí, puede que no siempre sea así, pero veo más un obstáculo que una liberación en el respeto a la tradición, la ausencia de innovación). Un pequeño apéndice a la entrevista afirma que no hay rechazo a la homosexualidad en El Corán; puede que sea así, pero qué ocurriría si la hubiera, pues que estaría justificada la persecución al diferente (como ocurre en la realidad según las interpretaciones; el problema estriba en el dogmatismo y en el respeto a las tradiciones, no en la calidad de las revelaciones). Las mayores barbaridades en la historia se han realizado en nombre de grandes verdades establecidas por supuestas revelaciones (religiosas y también políticas, como secularización del pensamiento dogmático).

Las religiones y sus textos son, simplemente, creaciones humanas. Podemos comprender, y valorar, muchos de los factores religiosos de cada época, sin reducirlos sin más a una cultura autoritaria (aunque el análisis libertario es una tensión necesaria, una denuncia permanente). El propio Erich Fromm, que tanto he mencionado en este blog, creía ver una vía liberadora en los textos del Antiguo Testamento (naturalmente, no dejaba de observar otra fuertemente autoritaria). Es posible que sea así, ya que todo forma parte de nuestro bagaje cultural. De hecho, nos hemos formado dentro de una cultura cristiana, así como el anarquismo también nació dentro de ella (aunque fuera como oposición). Puede decirse que somos hijos de una determinada cultura, pero claro está, para rebelarnos y dar lugar a algo mejor, una más poderosa y humana, no simplemente para repetir dogmas o crear otros.

viernes, 4 de marzo de 2011

La necesaria concepción autogestionaria

Parece ser que el término autogestión es de uso, relativamente, reciente. A pesar de ello, y como han manifestado ya muchos autores, el fenómeno autogestionario se ha dado, aunque solo fuera de forma embrionaria, en lejanos estadios históricos. Puede decirse que la autogestión es una toma de conciencia del ser humano, a nivel individual y colectivo, a través del espacio y del tiempo. Heleno Saña señala que no es posible reducir el fenómeno autogestionario al doctrinarismo del siglo XIX (socialista y comunista), ya que con ello se le reduce a un epifenómeno y se le desprende de sus raíces históricas y teóricas, más profundas y permanentes.

No es posible negar el carácter social del hombre, lo mismo que hay que aceptar su individualidad, la voluntad y conciencia propias de cada ser humano. En una fase inicial, el hombre se ve condicionado por la necesidad de la comunidad, es posible que predomine en un primer instante la conciencia colectiva sobre la subjetiva. Hasta determinado momento histórico, como se esforzó en demostrar Erich Fromm, el hombre no posee el afán de autonomía individual, su felicidad dependía de su lugar en la familia y en la sociedad. Si Rudolf Rocker consideraba el anarquismo como la gran síntesis entre socialismo y liberalismo, Saña considera algo similar de la autogestión (consustancial a las ideas libertarias, en cualquier campo de la actividad humana). Tal y como lo expresa este autor, la concepción autogestionaria es la síntesis de dos grandes principios, históricos y antropológicos: el comunitario-socialista y el liberal-democrático.

Las tendencias socialistas y comunistas se habrían dado a lo largo de la historia, no es posible poner su punto de partida en el siglo XIX. El mismo Platón, en La República, muestra una sociedad organizado según los principios comunistas. Sin embargo, es conocida la concepción elitista y jerárquica que hay presente en esa visión, en la que se sacrifica la subjetividad y la libertad del individuo. Aunque el germen del totalitarismo, en el que el Estado es todo y el individuo es nada, se ha atribuido a muchos autores, puede decirse que el sistema platónico tiene mucho de ello. Lo importante es comprender que en un sistema autogestionario (anarquista, socialista libertario, o reciba el nombre que queramos) las exigencias objetivas de la sociedad estarían siempre equilibradas por las necesidades subjetivas de cada individuo.

Recordaremos que la sociedad de la antigua Grecia se caracterizaba por la pluralidad, y que la concepción de Platón era solo una de tantas. En la filosofía griega podemos encontrar una enorme sensibilidad comunitaria, e importante resulta esta tradición para una concepción autogestionaria del hombre y de la sociedad. No obstante, es posible que los antiguos griegos se preocuparan más del individualismo, que de los principios socialistas tal y como los entendemos ahora, pero su afán de perfeccionamiento y su constante búsqueda de la virtud son rasgos que deben forma parte de nuestro patrimonio y que es necesario elevar también a la comunidad. En ese sentido, Heleno Saña (haciendo honor a su propio nombre) coloca el punto de partida del socialismo en el humanismo griego, si entendemos aquel como búsqueda de la igualdad, la justicia y la libertad (y no como lo que se ha sufrido en los regímenes socialistas autoritarios). Al igual que Nettlau, en La anarquía a través de los tiempos, Saña considera que Zenón, fundado de la escuela estoica, como el precursor del comunismo libertario y del ideal autogestionario. Esto es debido al cosmopolitismo del estoicismo (aunque tenga otros rasgos más cuestionables, en mi opinión) y su superación de las barreras sociales y políticas, junto con la búsqueda de la virtud al margen de cualquier institución.

El otro gran principio pilar de la concepción autogestionaria es el liberal-democrático (tal y como lo denomina Saña, aunque al igual que ocurre con el socialismo y el comunismo, sea una terminología cuestionable al deformarse y haber creado nuevas sistemas de dominación), un despliegue de la conciencia del hombre sobre la libertad. Es posible que Aristóteles, haciendo contrapeso con Platón, sea el representante de esta tradición basada en el individuo, la familia, los vínculos afectivos y los grupos autónomos. Dentro de esta concepción también griega, el hombre virtuoso es el "autarkes", el que se basta a sí mismo y mantiene su independencia moral y material. La polis griega es el primer modelo histórico de una comunidad formada por hombres libres (aunque es sabido que eso no es así de forma absoluta, ya que hay prácticas esclavistas y represivas; tampoco podemos saber qué hubiera pasado sin la llegada del cristianismo, si esas sociedades griegas hubieran evolucionado sin desaparecer). Dando un gran salto histórico, y aceptando los rasgos presentes en cada época, hay que hablar de que el liberalismo moderno degenera pronto en insolidaridad y atomismo social.

Lo que sigue siendo reclamable, a pesar de los tiempos que corren en los que quiere verse que la lucha social ha sido también fagocitada por el Estado y el capital, son los valores y prácticas autogestionarias basados en la libertad, la dignidad y la solidaridad. Modelos existen en la sociedad contemporánea, dentro de la tradición de resistencia proletaria al capitalismo, en los que se entendía la vida del ser humano como síntesis o armonía entre el sujeto y el objetivo (individuo y sociedad). El lema de la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, "la emancipación de los trabajadores tiene que ser obra de los mismos trabajadores", ya anuncia la concepción autogestionaria. Conocido es que la corriente anarquista, fraccionada de la AIT, era más afín a esta visión que cualquier partido socialista o comunista, lo que conduce posteiormente a una CNT española dirigida auténticamente por los trabajadores. Una concepción jerárquica y autoritario del socialismo, deformación del principio de justicia social, ha fracasado y el sistema triunfante de momento es el capitalismo, deformación del principio de libertad. Las crisis, económicas y de valores, se suceden (o tal vez permanecemos constantemente en ellas), por lo que una gestión humana y racional es prioritaria. Es necesario poner el punto de partida para una concepción autogestionaria de la vida y de la sociedad, una transformación profunda e integral (que no supone un mero programa político), el nacimiento de una nueva sensibilidad, conciencia y ética, de una nueva humanidad. Tal vez que es algo que solo exista en potencia, o de forma muy minoritaria, pero así se empieza forjando un mejor horizonte.

martes, 1 de marzo de 2011

Rebeldes, individualistas y societarios

Un siglo antes de que el anarquismo se identificara con el "hombre rebelde" de Albert Camus, el sociólogo y militante libertario Augustin Hamon ya llegó a la conclusión de que el anarquista es, en primer lugar, un individuo que se ha rebelado. Si atendemos a Stirner, aunque este autor no empleara nunca la palabra anarquismo, estamos hablando de un hombre que se ha emancipado de todo cuanto se considera sagrado. Una persona que no busca verdades irrefutables, que huye de la tranquilidad existencial que parece otorgar consuelo a tantos otros, que se eleva por encima de todo tradicionalismo y que es capaz de derribar todos los ídolos (algo que sería del agrado de Erich Fromm). Entre aquellos prejuicios que ciegan al ser humano, el anarquista menciona en primer lugar al Estado. Proudhon llegó a definirlo como "fantasmagoría de nuestro espíritu", incluso mencionó que la base de esta creencia estaba en que todo gobierno se ha presentado siempre como garante de justicia y protector de los débiles. Incluso, Malatesta es sorprendente que se adelantara al análisis de Fromm y otros sicoanalistas cuando habla del miedo a la libertad que se esconde en el subconsciente de los autoritarios. El Estado es el enemigo originario de los anarquistas, no puede decirse otra cosa y no vamos a insistir en la abundante literatura al respecto, lo dejaremos en estas palabras de Bakunin, "el Estado es una abstracción que devora a la vida popular", o de Malatesta, "el gobierno, con sus métodos de acción, lejos de crear energía, dilapida, paraliza y destruye enormes fuerzas". Los anarquistas del siglo XIX supieron ver el peligro de aumentar las atribuciones del Estado y de su burocracia, como demostrarían los totalitarismos del siglo XX.

No obstante, el anarquista denuncia igualmente el engaño de la democracia burguesa. Stirner consideraba que el Estado burgués, a pesar de haber acabado con viejos privilegios, lo había realizado en nombre de su propio provecho y no del individuo. Proudhon señala la democracia como una "arbitrariedad constituciona" y pensaba que la noción de "soberanía popular" no era más que una artimaña creada por la generación anterior a él. Si las personas delegan su soberanía cada cierto tiempo, lo que hacen verdaderamente es renovar su abdicación, la renuncia a su propio poder. El razonamiento es sencillo, si el pueblo fuera verdaderamente soberano no habría gobierno ni gobernados, ya que el Estado quedaría diluido en la sociedad y no tendría ninguna razón de ser en la organización política y económica. Esta denuncia de la democracia representativa, como encubridora del poder económico y político, al margen de las ideas que tenga cada uno y siendo sincero, no puede decirse que haya envejecido lo más mínimo. Como resulta lógico, el anarquista no puede tener la más mínima fe en la emancipación gracias al voto, ni piensa que el parlamento pueda conllevar una auténtica transformación social. No obstante, insistiremos en que asociar anarquismo con antipoliticismo no parece a estas alturas lo más adecuado, ya que hay en ella la vieja idea de la política como gestión de un Estado. La permanente crítica del anarquismo es hacia el parlamentarismo, y al margen de la actitud individual que tenga cada persona, no creo que sea algo negociable. Deberíamos estar lejos del fanatismo y de hacer abstracción de la realidad política, pero ello no elimina la constante tensión hacia la nación/Estado y la apelación a un ideal más elevado.

Si hablamos de emancipación social, no puede haber cabido para idolatrar todo lo que tiene de accidental la existencia humana y que determina al individuo a entregar su libertad, no puede existir ninguna clave liberadora en dejarse llevar por algún papanatismo, en terminar sometiéndose a alguna abstracción. Este análisis libertario no es óbice para tener una nítida concepción del progreso, por luchar por ejemplo por los derechos civiles o los derechos humanos, sea cual fuere el contexto en que nos encontremos. Esta es, al menos, mi postura al respecto, que puede decirse que es incondicional. Es terrible la tendencia del ser humano a justificar ciertas cosas cuando son los "suyos" lo que están en el poder. Es el caso de la pena de muerte o cualquier otro tipo de represión jurídica, observar cómo miran hacia otro lado personas presuntamente progresistas cuando hablamos de ciertos Estados. No puede ser el caso de los anarquistas, y a eso me refiero cuando hablo de defensa incondicional de los derechos humanos, nuestras ideas obligan a una ética muy elevada.

Dentro de la aparente tensión entre individuo y sociedad, el anarquismo trata de resolverla de forma íntegra. No podemos dejar de considerar al anarquismo como una corriente socialista, y sin embargo el libertario es también ferozmente individualista. Daniel Guérin, en El anarquismo, realiza un importante análisis, cuando recuerda que Stirner es el autor que rehabilita al individuo dentro de la izquierda hegeliana. Aunque la palabra "socialismo" nació tal vez con intenciones transformadoras para oponerse al egoísmo burgués, el anarquismo acabó reivindicando a Stirner y su concepción de cada individuo como "unico". El tiempo, y la ciencia, creo que ha dado la razón al autor de El único y su propiedad. La liberación del individuo es una aspiración que, desde hace tiempo, tienen multitud de doctrinas, y tantas veces se han realizado las mayores aberraciones en su nombre. Sin embargo, la lectura del viejo Stirner nos da muchas de las claves que se han fortalecido con el tiempo, la ingente tarea desacralizadora que debe realizar el individuo en primer lugar. Es un llamamiento al reforzamiento del ego y al juicio individual que forma parte del anarquismo, aunque siempre completado con la idea de la solidaridad, algo que no se atrevía a mencionar Stirner, aunque atribuyera todo el potencial posible a cada ser humano.

Otro autor adelantando a su tiempo es el propio Stirner, y la devastadora crítica que realiza a toda internalización de prejuicios morales desde la infancia. Para ello, señala como culpable a toda clase mediadora, como son los sacerdotes o los mismos padres. Esa reivindicación de todo el potencial del yo no implica individuos aislados e introvertidos; en una lógica que agradaría a sicólogos posteriores, solo el hombre que haya comprendido su auténtica "unicidad" está capacitado para relacionarse con sus semejantes. A diferencia de otros autores, Stirner solo concibe la necesaria relación social en aras del propio interés individual, la fuente de energía es el individuo a toda costa. El anarquismo considera, expresado de otra forma sin estar lejos de la postura de Stirner, que la asociación humana solo resulta provechosa si no destruye al individuo y fomenta su energía creadora, por lo que resulta también útil para la colectividad. Toda la obra anarquista es una constante búsqueda del equilibrio entre el individuo y la sociedad, no podemos dejar de considerar a los libertarios siempre como societarios e individualistas a la vez. La sicología social nos demuestra hoy que el individualismo como hecho aíslado es una fantasía, que nuestros condicionantes son continuos, la interrelación permanente entre el individuo y la sociedad es un hecho. De esta manera, el análisis libertario de moralizar la sociedad y al individuo, el individuo y la sociedad, es correcto. Represión y falta de libertades, o un sistema basado en la explotación y la enajenación, solo puede tener como consecuencia un desbordamiento de la inmoralidad. Somos "animales sociales", en cualquier caso, creo que es una concepción válida que se remonta a Aristóteles, y que está lejos de ser resulta como sostienen todo tipo de conservadores.